Life
is always going to be stranger than fiction, because fiction has to be
convincing, and life doesn’t.
NEIL GAIMAN.
Heterotopía:
Se sentía
sucia cuando consideraba que eso de pensar no sería tan tentador de estar
permitido. Si alguien cuelga un cartel de “prohibido el paso”, otra persona
pasará y, probablemente, robará el cartel.
Libertad,
comunismo, democracia, fascismo. Son palabras que han caído en el olvido:
significados en peligro de extinción que sólo deben ser observados desde una
distancia prudencial.
Porque cada
pensamiento esconde un misterio.
No obstante,
para nuestra protagonista esto es más que una simple metáfora: su cerebro, esa
suerte de red informático-neuronal, está diseñado para percibir los
pensamientos como una serie de datos físicos, como si fuesen palabras en la
lectura de otro, sólo letras desfilando ante ella, letras que –salvando las
distancias– podría tocar con sus propias manos. Ésta no se trata de una
evolución estrictamente tecnológica sino de una funcionalidad con un objetivo
político concreto. Nuestra protagonista está siempre un paso antes de llegar al
significado que se esconde tras un concepto, y está bien que así sea: ante ciertos
pensamientos hay una clara fuerza que nos prohíbe el paso, una fuerza artificial
e inflexible, una línea de código de programación que nos invita a no hacer la
pregunta. No hace falta seguir pensando más si queremos tener una vida
respetable. Ni la tradición ni la religión han sido nunca tan eficientes como
el Dogmatismo a la hora de doblegar la curiosidad.
Ella había
deseado saber. En consecuencia cualquiera que la mirara en aquel calabozo sólo
vería la figura jurídica de “pensamientos contra los ciudadanos” sobre su pecho:
una luz azul culpándola de no ser una ciudadana ejemplar.
Había otras
personas ahí y sobre todas y cada una de ellas flotaba la misma información, el
mismo delito.
Ella,
indecisa, se acercó a una mujer con más pendientes de los que parecía sensato
ponerse en un mundo como el nuestro.
–¿Tú por qué
estás aquí? –pronunció la pregunta en un susurro y con tal timidez que la otra mujer
puso los ojos en blanco, pensando que se había topado con una timorata.
–Conseguí
ver Evil Dead. No el remake, la buena –se apresuró a puntualizar la mujer de
los pendientes. Nuestra protagonista no sabía lo que era eso y su interlocutora
le aclaró tras un segundo de mutua incomprensión–. Una peli gore del siglo XX…
Sangre y eso –y nuestra protagonista puso una cara de evidente repugnancia.
–¿Te gustan
esas cosas?
–Como muchas
otras cosas, hacerlas no. Verlas, mmm… tampoco. Verlas en una peli de ficción
en la que no se le hace daño a nadie, sí, mucho, muy fuerte. El otro día vi una
de acción en la que un tío usaba los intestinos de un mendas para hacer rappel
–dijo sonriendo–. Pero eso no quiere decir que vaya a hacerme una bufanda con
tu piel, que creo que es un poco lo que te está pasando por la cabeza.
Un hombre se
les acercó.
–Hay micrófonos
–les dijo en un susurro.
–¿Y qué, es
que las cosas pueden estar peor?
–En realidad
sí –intervino nuestra protagonista, atemorizada.
–Asesinato
múltiple –dijo un guardia enmascarado señalando al hombre.
Se lo
llevaron.
El hombre
gritaba, maldecía y forcejeaba.
Pero se lo
llevaron.
–¿Has visto
a ese tío? –inquirió la de los pendientes.
–¿El que se
acaban de llevar?
–Imaginó que
mataba a su jefe y a su familia: le despidieron y él le dio rienda suelta a su
imaginación mientras le pegaba a un saco de boxeo –le explicó la de los
pendientes.
–¿Qué van a
hacer con él? –interrogó ella muerta de miedo por haber compartido celda con un
asesino.
–Estamos en
el Sótano. Ya sabes lo que van a hacer con él. Y no, las cosas no pueden estar
peor a no ser que se salten sus ya muy locas leyes.
–Abuso de
menores –dijo de nuevo el guardia, como si recitara los ítems de una lista, con
el tono de la rutina más burocrática.
–Éste tenía unos dibujos japoneses –le explicó la de los pendientes cuando se
llevaron a otro hombre.
Nuestra
protagonista ya no pudo contenerse más:
–Eso es
horrible, ¡es un pederasta!
–Es tan
horrible como mis propias fantasías, como el resto de pensamientos.
Un guardia
entró en el habitáculo, el hombre le miró desafiante a los ojos.
Se lo
llevaron.
–Contenidos inapropiados
y corrupción –siguió el guardia.
–A ésta la
cogieron viendo una serie de política, dime que no es genial.
Aquella
mujer comenzó a llorar, suplicando por su vida, decía entre llantos que no
quería morir.
Se la
llevaron.
–¿Todos te
han dicho lo que han hecho? –quiso saber nuestra protagonista.
–Ni de coña,
¿estás loca? –respondió la mujer de los pendientes.
–Enaltecimiento
del comunismo –continuó el guardia.
–Un
idealista, ya verás cuando le echen encima unos cuantos crímenes contra la
humanidad y varios millones de muertos… Pobre chaval, por favor –dijo sintiendo
una profunda lástima, su crimen era el peor y su castigo sería de lo más
aleccionador: una ejecución pública–. ¿Sabes qué es lo peor? Que ni siquiera
sabemos si éstas son buenas o malas personas. Y yo que creía que la gente es lo
que hace. Al menos a nosotros no se nos aplica la ley de Talión, sólo nos pegan
un tiro.
El chico,
joven y con una sonrisa en los labios, les hizo un corte de manga e insultó a
cada uno de los guardias que vio mientras se lo llevaban.
–Asesinato múltiple
con alevosía y tortura…
–Ésta es
buena –señaló la de los pendientes–, eso son las pelis gore.
–…y zoofilia.
–Y eso mis
fantasías, que esta gente filtro no tiene… ¡Oh, no! ¿Qué harán cuando se
enteren de que me gustan los súper pulpos espaciales? ¿Hackear datos es también
derecho penal, agente? –y empezó a pegarles puñetazos a los guardias.
Y, al final,
la redujeron y se la llevaron.
Sólo quedaba
nuestra protagonista intentando hacer de la locura algo comprensible.
No pudo
racionalizar la situación.
Su mente se
quebró.
Y ella se
echó a llorar.
–¡Yo no soy
una degenerada como esas personas! –empezó a gritar, temiendo por su vida.
Un agente
enmascarado se aproximó a ella.
–La
escoltaremos a su casa, señora Lautrec –su voz era amable.
Ella se
quedó bloqueada.
–Debido al
protocolo de seguridad –el guardia ignoraba su estado de shock pese a dirigirse
a ella– no podrá ver nada hasta que salga del vehículo en el que será
transportada. Firme aquí y aquí, con este formulario serán borrados los
asientos y referencias a la prisión preventiva en el Departamento de Perfil Público,
será como si no hubiera pasado nada. No obstante, cuide de no detenerse ante
los pensamientos equivocados, no le ayudarán a ser una ciudadana ejemplar.
Y la señora
Lautrec volvió a casa tratando de asimilar su propio alivio, satisfecha,
pensando en cómo nadie podía defender a unas personas que evidentemente se merecían un tiro.
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