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Sí, caballeras y caballeros, conservo escrupulosamente unos estándares de baja calidad a los que me debo.

jueves, 1 de febrero de 2018

Heterotopía


Life is always going to be stranger than fiction, because fiction has to be convincing, and life doesn’t.
NEIL GAIMAN.

Heterotopía:

Se sentía sucia cuando consideraba que eso de pensar no sería tan tentador de estar permitido. Si alguien cuelga un cartel de “prohibido el paso”, otra persona pasará y, probablemente, robará el cartel.
Libertad, comunismo, democracia, fascismo. Son palabras que han caído en el olvido: significados en peligro de extinción que sólo deben ser observados desde una distancia prudencial.
Porque cada pensamiento esconde un misterio.
No obstante, para nuestra protagonista esto es más que una simple metáfora: su cerebro, esa suerte de red informático-neuronal, está diseñado para percibir los pensamientos como una serie de datos físicos, como si fuesen palabras en la lectura de otro, sólo letras desfilando ante ella, letras que –salvando las distancias– podría tocar con sus propias manos. Ésta no se trata de una evolución estrictamente tecnológica sino de una funcionalidad con un objetivo político concreto. Nuestra protagonista está siempre un paso antes de llegar al significado que se esconde tras un concepto, y está bien que así sea: ante ciertos pensamientos hay una clara fuerza que nos prohíbe el paso, una fuerza artificial e inflexible, una línea de código de programación que nos invita a no hacer la pregunta. No hace falta seguir pensando más si queremos tener una vida respetable. Ni la tradición ni la religión han sido nunca tan eficientes como el Dogmatismo a la hora de doblegar la curiosidad.
Ella había deseado saber. En consecuencia cualquiera que la mirara en aquel calabozo sólo vería la figura jurídica de “pensamientos contra los ciudadanos” sobre su pecho: una luz azul culpándola de no ser una ciudadana ejemplar.
Había otras personas ahí y sobre todas y cada una de ellas flotaba la misma información, el mismo delito.
Ella, indecisa, se acercó a una mujer con más pendientes de los que parecía sensato ponerse en un mundo como el nuestro.
–¿Tú por qué estás aquí? –pronunció la pregunta en un susurro y con tal timidez que la otra mujer puso los ojos en blanco, pensando que se había topado con una timorata.
–Conseguí ver Evil Dead. No el remake, la buena –se apresuró a puntualizar la mujer de los pendientes. Nuestra protagonista no sabía lo que era eso y su interlocutora le aclaró tras un segundo de mutua incomprensión–. Una peli gore del siglo XX… Sangre y eso –y nuestra protagonista puso una cara de evidente repugnancia.
–¿Te gustan esas cosas?
–Como muchas otras cosas, hacerlas no. Verlas, mmm… tampoco. Verlas en una peli de ficción en la que no se le hace daño a nadie, sí, mucho, muy fuerte. El otro día vi una de acción en la que un tío usaba los intestinos de un mendas para hacer rappel –dijo sonriendo–. Pero eso no quiere decir que vaya a hacerme una bufanda con tu piel, que creo que es un poco lo que te está pasando por la cabeza.
Un hombre se les acercó.
–Hay micrófonos –les dijo en un susurro.
–¿Y qué, es que las cosas pueden estar peor?
–En realidad sí –intervino nuestra protagonista, atemorizada.
–Asesinato múltiple –dijo un guardia enmascarado señalando al hombre.
Se lo llevaron.
El hombre gritaba, maldecía y forcejeaba.
Pero se lo llevaron.
–¿Has visto a ese tío? –inquirió la de los pendientes.
–¿El que se acaban de llevar?
–Imaginó que mataba a su jefe y a su familia: le despidieron y él le dio rienda suelta a su imaginación mientras le pegaba a un saco de boxeo –le explicó la de los pendientes.
–¿Qué van a hacer con él? –interrogó ella muerta de miedo por haber compartido celda con un asesino.
–Estamos en el Sótano. Ya sabes lo que van a hacer con él. Y no, las cosas no pueden estar peor a no ser que se salten sus ya muy locas leyes.
–Abuso de menores –dijo de nuevo el guardia, como si recitara los ítems de una lista, con el tono de la rutina más burocrática.
–Éste tenía unos dibujos japoneses –le explicó la de los pendientes cuando se llevaron a otro hombre.
Nuestra protagonista ya no pudo contenerse más:
–Eso es horrible, ¡es un pederasta!
–Es tan horrible como mis propias fantasías, como el resto de pensamientos.
Un guardia entró en el habitáculo, el hombre le miró desafiante a los ojos.
Se lo llevaron.
–Contenidos inapropiados y corrupción –siguió el guardia.
–A ésta la cogieron viendo una serie de política, dime que no es genial.
Aquella mujer comenzó a llorar, suplicando por su vida, decía entre llantos que no quería morir.
Se la llevaron.
–¿Todos te han dicho lo que han hecho? –quiso saber nuestra protagonista.
–Ni de coña, ¿estás loca? –respondió la mujer de los pendientes.
–Enaltecimiento del comunismo –continuó el guardia.
–Un idealista, ya verás cuando le echen encima unos cuantos crímenes contra la humanidad y varios millones de muertos… Pobre chaval, por favor –dijo sintiendo una profunda lástima, su crimen era el peor y su castigo sería de lo más aleccionador: una ejecución pública–. ¿Sabes qué es lo peor? Que ni siquiera sabemos si éstas son buenas o malas personas. Y yo que creía que la gente es lo que hace. Al menos a nosotros no se nos aplica la ley de Talión, sólo nos pegan un tiro.
El chico, joven y con una sonrisa en los labios, les hizo un corte de manga e insultó a cada uno de los guardias que vio mientras se lo llevaban.
–Asesinato múltiple con alevosía y tortura…
–Ésta es buena –señaló la de los pendientes–, eso son las pelis gore.
–…y zoofilia.
–Y eso mis fantasías, que esta gente filtro no tiene… ¡Oh, no! ¿Qué harán cuando se enteren de que me gustan los súper pulpos espaciales? ¿Hackear datos es también derecho penal, agente? –y empezó a pegarles puñetazos a los guardias.
Y, al final, la redujeron y se la llevaron.
Sólo quedaba nuestra protagonista intentando hacer de la locura algo comprensible.
No pudo racionalizar la situación.
Su mente se quebró.
Y ella se echó a llorar.
–¡Yo no soy una degenerada como esas personas! –empezó a gritar, temiendo por su vida.
Un agente enmascarado se aproximó a ella.
–La escoltaremos a su casa, señora Lautrec –su voz era amable.
Ella se quedó bloqueada.
–Debido al protocolo de seguridad –el guardia ignoraba su estado de shock pese a dirigirse a ella– no podrá ver nada hasta que salga del vehículo en el que será transportada. Firme aquí y aquí, con este formulario serán borrados los asientos y referencias a la prisión preventiva en el Departamento de Perfil Público, será como si no hubiera pasado nada. No obstante, cuide de no detenerse ante los pensamientos equivocados, no le ayudarán a ser una ciudadana ejemplar.
Y la señora Lautrec volvió a casa tratando de asimilar su propio alivio, satisfecha, pensando en cómo nadie podía defender a unas personas que evidentemente se merecían un tiro.


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