Trabajo de campo:
Como cualquier profesión
con un mínimo de especialización que se precie los ingenieros de cronologías
teníamos nuestra propia jerga. En el interior de este sistema una palabra tan
cotidiana como “reloj” denotaba un transportador, es decir, una máquina para
viajar en el tiempo. Los antropólogos que nos acompañaban solían usar nuestro
mismo código tras pasar un par de meses de viaje con nosotros, así palabras
como “despertador”, “continuo” o “flujo” adquirían también para ellos un nuevo
significado.
Ése era, por ejemplo, el caso de mi compañera Rose: era
antropóloga, habíamos tenido varias sesiones de entrenamiento juntos y usaba de
nuestra colección de términos útiles como quien se pone unas zapatillas de
andar por casa. Era muy buena en su trabajo, aunque algo… problemática.
Curiosamente y por una vez las complicaciones que nos
encontraron en su camino habían sido bastante aleatorias, aunque entrasen
dentro del margen de error del cero coma uno por ciento que nadie jamás se
molestaba en considerar –y menos nosotros–.
Básicamente lo que había ocurrido era que la máquina
había sufrido unos leves desajustes que nos habían desviado de nuestra ruta,
enviándonos a la primera década del siglo XXI en lugar de a principios del
siglo XX y teníamos que reparar unas cuantas piezas que resultaron dañadas
cuando sobrevino el error que provocó nuestro receso.
Así que sabiendo que no podíamos hacer mucho más que
estar atrapados, buscar un refugio y reparar el dispositivo, nos tomamos unas
vacaciones e hicimos cierta vida social. Y esa vida social nos llevó una noche
a una discoteca.
Rose había conocido a una chica un tanto extraña y en un
momento dado nos quedamos solos ella y yo.
–No te preocupes, que ahora vendrá un amigo mío, ya no
estarás solo –me dijo la chica para mi sorpresa.
–¿Qué? Perdona, creo que no te he entendido bien… ¿solo?
–Sí, ahora tendrás compañía masculina.
–¿Acaso preciso de compañía masculina para no sentirme
solo? –era una conversación como un laberinto, apenas entendía nada–. Porque
esa afirmación sí que puede provocar un profundo sentimiento de soledad –Rose
me lo había advertido “son sexistas, tío, las mujeres creen que deben luchar
contra los hombres y los hombres creen que no entienden a las mujeres… ¿será
verdad? ¡Dime que no es interesante!”. Bueno, vale, era interesante como
concepto, pero agotador como realidad. Además tenía que ser particularmente extenuante
tener que comportarse de una determinada manera sólo por el hecho de ser un
hombre o una mujer. Rose y yo sólo veíamos personas. Y en cualquier caso
nosotros nos disponíamos a estudiar el racismo a principios del siglo XX. Yo no
sabía mucho de esos dos siglos… lo básico, pero no había estudiado en
profundidad los comportamientos sociales a través de los años, qué duda cabía. Aunque
me pregunto qué hubiera pasado si una persona blanca hubiese estado rodeado de
mucha gente negra o viceversa… ¿ese tal se sentiría solo? Supongo que el
racismo y el sexismo no eran muy distintos en esencia, aunque el estudio
sincrónico y diacrónico de tales fenómenos exigía de cierta especialización,
evidentemente. Por lo que yo podía saber los acontecimientos que habían seguido
al sexismo y al racismo eran distintos en su forma, aunque el contenido… Espera,
creo que estaba en medio de una conversación que no acaba de captar mi interés.
Lo de romper los tiempos de narración es una pequeña broma del gremio por
cierto. De un modo u otro retomé la conversación mucho más rápidamente de lo
que podría parecerle a quien tuviera acceso a mi discurso mental–. Perdóname,
sólo intento cerciorarme: yo necesito a alguien que sea de mi sexo para
sentirme cómodo, ¿no es así? –ésa era la dirección de la conversación.
–No es solo que… yo soy una chica.
–Me lo tomaré como un sí, muchas gra… ¡Pero qué cojones!
–de repente vi a Rose zurrando a dos tipos, correr hacía mi, coger mi brazo y
largarse conmigo a cuestas.
–Espero que fuera en defensa propia –la amonesté una vez
que pusimos un par de manzanas de por medio entre nosotros y el local. Apenas
acertaba a hablar mientras mis pulmones querían escapar de mi cuerpo a toda
costa, llevados aún por la inercia.
–Tío, ya sabes que no quiero que me echen de clase –me
respondió Rose tratando también de recuperar el aliento.
–¿Se puede saber qué ha pasado? –interrogué observando la
culpabilidad que vagaba insegura en sus ojos.
–Ha sido culpa mía… estaban hablando de cómo se follaban
a sus novias y voy y les digo “pues a mí me gusta tal y tal postura, que a
cuatro patas mola y que con el tío encima y las piernas muy abiertas también da
gustirrinín, y que es muy agradable hacer una buena mamada cuando estoy con un
tío, aunque los tíos siempre dicen que ellos hacen mejores mamadas y la verdad
es que si alguien me lo tiene que comer, yo también prefiero que sea una
chica…” y cosas así y se ha liado, y no sé… yo sé que en esta época hay chicas
que hablaban… que hablan de eso y no pasaba nada (perdona con los tiempos), ha
sido un poco confuso. Mira, al principio guay, ¿vale?, porque me preguntaban
cosas y tal, y yo les decía esto o lo otro, además me di cuenta de que la había
cagado, ¿vale?, porque estamos a principios del siglo XXI y hay gente como muy
rara… Ya sabes que en países tan remotos entre sí como Suecia o Sudáfrica hubo
ese fenómeno de las violaciones a mujeres y todo eso, y que en otros había
mucha violencia de pareja como en los Estados Unidos de América o España,
¿aunque te acuerdas de que en Europa apenas se estudiaban los casos en los que
un hombre era el agredido?
–¿Qué demonios es España? –le respondí riendo, a fin de
cuentas era ingeniero, no historiador. Pero para ser estrictos sí que tenía
vagas nociones al respecto.
–Da lo mismo… Pues yo pensaba que esos dos tíos del bar,
en fin… Mira, tampoco es que hubieran puesto el grito en el cielo, pero después
se pusieron agresivos o… al menos yo he creído que se ponían agresivos y… yo
qué sé, tío, me ha entrado el pánico.
–¿No has dicho que ha sido en defensa propia? Que te
quitan el carnet y luego es una pasta.
–Sí, pero no calibro nada bien los parámetros de esta
época, esta gente es muy rara, me tratan como si fuera… ¿una mujer? ¡Ni si
quiera sé lo que significa eso! Y ahórrate aquello de que si me he sacado el
título en una tómbola o lo que sea… que ya sé que debería haberlo sabido, y que
lo he estudiado y tal... A ver, que la gente es gente y que estudias cosas y
tal, pero que luego cada persona es distinta y eso… ¡Una sociedad es algo
heterogéneo, coño!
–Que yo no te digo nada, hombre, aquí la crítica con tu
labor eres tú.
–Bueno… tienes razón. Total, que uno de ellos va y me
agarra el brazo con fuerza y, claro, me ha salido esa llave que… ¿que giras el
brazo que te han agarrado en un círculo, abres su defensa y le metes al muy
pringao en toa la jeta? Pues ésa. Joder, es que algo así me sale solo. Y qué
mal rollo, por cierto.
–Espero que parte del material te sea útil a la hora de
darle cierto enfoque a tu ensayo.
Supongo que debíamos haberlo sabido aunque nunca
hubiéramos viajado a periodos anteriores al siglo XXIV. Supongo que debíamos
haber utilizado nuestros conocimientos para actuar acorde a los tiempos en los
que nos hallábamos atareados y al menos emular ciertos comportamientos, no
obstante –y pese a los objetivos comunes en cualquier cursillo de formación– la
teoría en muchas ocasiones está fragmentada en medio de un espacio abstracto y
no solemos darnos cuenta de las consecuencias prácticas que de esa red
conceptual pueden emanar. Sin duda había sido un error de principiante. En
otras palabras: pasar por alto aspectos fundamentales de una cultura que para
los individuos que la conformaban resultaban tan obvios, era un grave síntoma
de desidia. Además, no podríamos estudiar el fenómeno deseado –véase, el
racismo de principios del siglo XX– si insistíamos en un procedimiento tan
torpe, por algo teníamos protocolos y un cierto código deontológico. Tal vez
era hora de empezar a tomárselo un poco en serio.
–Tenemos que imprimirle un poco de profesionalidad a esta
investigación –dijo ella.
–Me has leído el pensamiento.
–Lo sé, eres muy facilón y utilizas demasiados
polisílabos.
Pero yo había movido mis labios pronunciando aquella
misma frase y ella se estaba riendo. Sí, nos conocíamos bien… El trabajo en sí
quizás podía resultar desde peligroso y excesivamente emocionante hasta tedioso
en ocasiones, pero había que reconocer que las condiciones laborales eran muy
buenas.
–Es que… pones caras mientras piensas –insistió ella–, es
divertido –continuó asintiendo con vehemencia–. Aunque a veces piensas muchas
cosas muy rápido y no hay manera.
–Ya… yo también me pierdo un poco, es algo
desconcertante, y aunque llego a conclusiones medio decentes, no sé… luego no
me acuerdo de algunos pasos intermedios a no ser que tome nota con rapidez.
–Yo me lo ahorro –soltó ella alegre–, mi intuición piensa
mucho más rápido que yo, así que le dejo a ella, aunque no te tomes lo que ha
pasado como una muestra de lo que acabo de decir –se apresuró ella a puntualizar–.
Por el lado bueno, si algo sale mal, corro muy rápido.
–Rose, esto… la misión opera con cierta progresión,
¿verdad? –curioseé con cierta preocupación, más que por los acontecimientos,
por los resultados de nuestra labor profesional.
–¡Sí! –aseveró feliz– Es decir, no lo sé… ni siquiera hemos
acertado con las coordenadas espacio-temporales… claro que en realidad ha sido
un fallo mecánico del trasto ese, pero… ¡Sí! –sonreía.
–Yo también me lo estoy pasando bien.
–Y aprendemos cosas –señaló ella–. Pero que conste que
cuando se ha liado antes en el bar y eso, que no estábamos trabajando, ¿qué te
dije? –me interrogó en una pose aleccionadora.
–¿Vamos a descansar, tronco?
–¡Exacto! Así que esto de los maromos y las refriegas
nocturnas es, técnicamente, extraoficial, hala.
–Sí, bueno, esto… vamos a… tenemos que buscar las piezas
para reparar el reloj –era una forma poco sofisticada de cambiar de tema, pero
a veces sobre uno de los dos recaía la obligación de centrar a dos cabezas que
solían irse por las ramas con facilidad.
–¡Marchando! ¡A la carga! ¡Bombardeemos el mundo con
ideas mientras buscamos un destornillador! ¡Ideas! –se puso a cantar de repente:–
Dale caña a las ideeeeaas… flipa que no veeeeaas… Es de una canción que he
inventado.
–¿Y tú fuiste la mejor de tu promoción? Muy grande.
–Ajá, pero sólo porque a los dos primeros les
atropellaron cuando iban a por el diploma. Casi es como un premio de
consolación… pero, no te creas, ser la tercera implica que hay un montón de
pringaos que querrían ser tú.
–¿Le das importancia a cosas así? –quise saber riéndome,
porque no lo creía probable.
–No… Pero ellos sí –no pude evitar reírme.
–Oye, si no nos matan, te invito a algo de vuelta, en la
cafetería del curro tienen buen café pese a lo que uno podría pensar.
–¿Tío, lo has probado?
–Me enfrento a la muerte a menudo, un café no va a
detenerme a no ser que sea uno de esos cafés mutantes de Pléyade 6 que hacen la
digestión por ti.
–¡Venga ya, eso de la cafetería no es un café! –fuimos
diciendo mientras nos montábamos en un coche que acababa de… bueno, de robar,
que a esta altura no voy a moverme yo entre eufemismos.
En serio, yo creo que tenía un código deontológico por
alguna parte…
–Te lo has dejado en los otros pantalones –me informó ella
rompiendo mi discurso mental.
–No, lo tengo aquí, apuntado en esta mano, mira.
–¡Eso es la lista de la compra!
–¡Pensé que no lo notarías! –me excusé.
–Te leo la mente, ¡no me sorprendes! Jajaja.
–Ríete, loca, “jajaja” no es más que la terrible
onomatopeya de una risa.
–Bueno, vale –, nos quedamos en silencio durante un
segundo, nos miramos y rompimos en carcajadas. Normalmente no aguantábamos
tanto tiempo seguido diciendo absurdos con naturalidad. ¿Estábamos
mejorando?
En
fin, un trabajo duro.
Trabajo de campo by Jorge Roussel Perla is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0 International License.
Based on a work at http://parafernaliablablabla.blogspot.ie/.
No hay comentarios:
Publicar un comentario